Desactivé el contador de visitas hace meses porque porque no son más que datos muertos, un simulacro de conocimiento para hacerte creer que controlas lo que hay al otro lado. A vosotros, los que leeis. Mentira. No controlas absolutamente nada y esa es la magia de escribir un blog. Para mí este lugar (que no es un no-lugar à la Augé, es un lugar con todos sus consecuencias, que se cuida, se amuebla, se habita) sigue siendo un mensaje en una botella que de vez en cuando vuelve a mí con un mensaje inesperado. A veces regresa en forma de comentario pero la mayoría de las veces el intercambio ocurre fuera. Alguien que se te acerca y te comenta algo que escribiste hace meses y no recuerdas, que te envía un email tímido y cauteloso (no te quiero molestar…; por favor, hazlo!), que te recomienda tu propio blog porque no sabe que eres tú quien lo escribe.
Al principio, cuando tener un blog era sinónimo de no tener amigos, cuando no era un hype ni una forma de ganar dinero, cuando era un puro ejercicio de aventurosa gratuidad, estábamos perdidos en la nada. Y esa nada lo era todo. Porque no era nada, cualquier cosa era posible. No había forma de controlar la botella lanzada al mar. Claro que escribo para que me quieran pero no quiero que sea Blogger quien me dé la medida. No quiero que se inmiscuya entre vosotros y yo. Lo que nos une no lo puede entender. No cabemos en sus algoritmos.